Clara, hermoso nombre que siempre me hizo pensar en la hija de mi querida prima Victoria. La debe haber llamado "Clara" en honor a nuestra abuela y para no repetir su nombre, Clarisa, de quien también llevo su nombre (mi mamá asegura que no es por eso sino porque le gustaba "Clarisa". Igual, me encanta). Lo asocio con la familia, con seres queridos pero no con un bazar. Eso, hasta hace unos días.
No aficionada a las artes de la repostería, jamás presté atención al nombre Doña Clara hasta que llegué a la clase de Rosi Baiardi. Desde ese momento, la famosa casa de artículos para repostería en la calle Corrientes dejaría de ser desconocida para quien escribe. Lo primero que escuché fue: "Si no está en Doña Clara, no lo vas a conseguir en ningún lado". No estoy en capacidad de afirmarlo ni negarlo pero lo cierto es que debía preparar zapallo en almíbar para un proyecto de estudio y necesitaba cal viva. Visité varias casas de repostería y en todas me miraron con cara de como queriendo decir ¿eh? ¿qué? ¿cal viva? ¿eh? ¡no! Lo siento. Hasta que por fin alguien me dijo: "Seguro que en Doña Clara tienen".
Tras un breve recorrido en subte, llegué al barrio de Once y me dirigí al bazar en cuestión. La vidriera, impresionante. El interior, también. Todos los artículos que uno se pueda imaginar están allí. Temorosa pedí la cal y, como si hubiera pedido un kilo de pan en una panadería, un amable vendedor me dio un paquetito y aclaró: "Rinde para tres kilos".
Luego, mientras estaba en la caja, otro señor algo mayor me pregunta con una sonrisa (se ve que notó mi cara de asombro): "¿Sabe cuántos artículos vendemos aquí?". Tratando de exagerar, respondí dos mil quinientos. Mi hija calculó 5000. "¡10.000 productos", afirmó orgulloso. Enseguida me pregunta si sabía cuántos años tenía la tienda. Eso lo supe responder porque acaba de ver un afiche que decía que había cumplido 50 años hace un par de años, casi mi edad. El señor siguió conversando afablemente conmigo, a pesar que era obvio que yo no era la gran clienta (de hecho, mi gasto en cal no alcanzaba a un dólar al precio oficial). Me hizo sentir especial como cliente, cosa que no es habitual en muchos negocios de Buenos Aires.
Cuando me despido, me avisa que pronto habrá unas clases de chocolatería, que por ahí me podrían interesar. "Sí, señor. Me interesa. Yo estoy estudiando cocina". "¿Donde? ¿En el IAG?" "No, señor. En lo de Alicia Berger." Y ahí otra vez la respuesta de aprobación: "Ah, ¡excelente! ¡Muy buen lugar! La señora Alicia suele venir a hacer compras por aquí." (¿Sería cierto? Puede ser.)
Tan pronto me subí al subte para regresar a casa ya me había olvidado cuánto rendía el paquetito de cal. Llamé por teléfono para ver si me podían ayudar y la señora que me atendió, sin dudarlo, me confirmó lo que me afirmaba mi hija: "Señora, le rinde tres kilos".
La dirección de Doña Clara, si otro aprendiz como tiene curiosidad por conocer la tienda o algún turista le interesa visitarla, es: Avenida Corrientes 2561, Ciudad de Buenos Aires.
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