Advertencia:
Aunque las entradas acompañadas de hermosas y tentadoras fotografías, en particular en el blog de una estudiante de cocina, sean más atractivas, hoy no será el caso. Además de exponerme a una demanda por violación de los derechos de privacidad con alguno de mis clientes o por divulgar contenidos del material enseñado en la clase, no veo cómo podría lograr una interesante foto de mis desordenadas cuentas matemáticas.
En mis clases de cocina, los lunes tenemos una materia donde aprendemos "contabilidad", "gestión", "costos" relacionados con la gastronomía. Digamos que los lunes no eran los días preferidos de los estudiantes —me incluyo— ávidos por practicar el corte chiffonade sobre una lechuga, brasear una carne o saltear verduras. Todos coincidimos, creo, en que la materia es fundamental para cualquiera que desee iniciar un emprendimiento gastronómico. De ahí, a tener un gran entusiasmo por las clases de los lunes digamos que hay un trecho importante.
Sin embargo, a los pocos días de clase, se me apareció una especie de luz reveladora. ¡Andrea, la profe, me estaba dando todas las herramientas que yo había necesitado unos meses atrás cuando ayudé a uno de mis mejores amigos con la comida para su cumpleaños. Quique cumplía 60 años y me había pedido ayuda. Entre un locro o comida armenia, que es lo que sé hacer, él prefirió la última porque es de origen árabe y los platos son más o menos los mismos. Compró los ingredientes y me dediqué con paciencia a cocinar. El resultado culinario fue un éxito. Aunque todo estuvo exquisito, recibí felicitaciones, aplausos (*) y hasta una señora de origen árabe me dijo que el kadaif de ricota me había quedado mejor que el de su mamá, me quedaba la gran intriga: si fuera a hacer un esto como profesional de la gastronomía, ¿cómo debía cobrarlo? Al finalizar la fiesta, tomé un lápiz, papel y calculadora. Contabilicé todos los gastos, evalué qué me había sobrado, qué había faltado, cuántas porciones se consumieron, cuánta materia prima habíamos comprado. Igual quedé insatisfecha. Algo faltaba.
Con la profe Andrea descubrí qué era lo que faltaba: ¡sus clases! Develado el misterio del costo de las recetas, ya sé qué debo hacer para el próximo festejo familiar o si alguien quisiera contratarme para un catering armenio.
Este fin de semana volví a aplicar las enseñanzas de Andrea. ¿Se acuerdan que soy traductora? Me especializo, entre otros, en traducción de software. A los pocos días de terminadas las clases de Andrea, debí revisar el manual de la interfaz de usuario de un software para declaraciones de impuestos. Como yo me había familiarizado con la terminología impositiva y contable, licencias con goce de sueldo, aportes y contribuciones, etc., la revisión me resultó un trabajo fluido, sencillo y ameno. Bien cierto cuando dicen que todo lo que aprendemos tiene su aplicación en algún momento de la vida, quizás en el menos esperado.
Saludos y hasta la próxima.
(*) Recibir los aplausos fue una sensación maravillosa y desconocida para mí. Estoy acostumbrada a que me feliciten por mis traducciones pero estas felicitaciones vienen acompañadas con frases tipo "ya que sos tan buena, ¿me traducirías 4800 palabras para mañana?" (cuando cualquiera del oficio sepa que se traducen 2500 palabras por día), "tú que sabes, ¿me entregarías este documento urgente el lunes por la mañana'" (pronunciadas el viernes por la tarde), o vaya a saber cuántos desafíos presentes en los documentos a traducir que, asumen algunos, como soy "buena traductora" voy a superar. Puedo asegurarles que mi mamá parió un ser humano normal y corriente, no una maga con poderes de clarividencia ni una superheroína con capacidad de máquina de traducción.
Diario de una estudiante de cocina cincuentona: neuronas cansadas y ganas que sobran.
martes, 19 de noviembre de 2013
sábado, 16 de noviembre de 2013
De cremas pasteleras, festejos y estudios
Pronto tendremos los exámenes prácticos de fin de año.
Así, con Florencia, compañera de las clases de cocina y colega de traducción, hoy "estudiamos" la parte práctica: profiteroles con crema diplomática, mouse de frutillas y mouse de chocolate. Con ellos, agasajamos a unas lindas amigas con las que celebré mi cumpleaños.
Detalle importantísimo: para la mouse de chocolate, utilizamos chocolate venezolano, uno de los mejores del mundo, regalo muy especial de Susana S., una queridísima amiga venezolana. Merecía ser utilizado en una ocasión especial: mi postre de cumpleaños.
Lástima que no encontramos las copas especiales y tuvimos que conformarnos con un platito de postre. Un sencillo intento de decoración, no muy feliz, pero la combinación de sabores y la textura, ¡perfectas!
En la foto intentamos mostrar la cremosidad de la mouse. Definitivamente, quedamos muy satisfechas por el resultado.
jueves, 14 de noviembre de 2013
¡Estudiante de cocina pasando los cincuenta!
Me presento, como corresponde hacerlo en cualquier circunstancia: me llamo Clarisa, cumplí 53 años el 10 de noviembre de 2013, estoy casada, tengo tres hijos entre 15 y 22 años, y me dedico a tiempo demasiado completo a la traducción.
Hace tres años hice un curso de pastelería, nomás para acompañar a mis hijos y no tener que volverme a casa perdiendo mucho tiempo en el automóvil. Me gustó trabajar en la cocina con ellos.
Después mis hijos, amantes de la cocina de Medio Oriente, me instaron a hacer un curso de comida armenia. Así llegué al colegio Mekhitarista, dónde, además de conocer los secretos de la cocina armenia y aprender a querer a su gente, me hice de un grupo de amigos con los que disfrutamos cocinar. Una cosa lleva la otra: con ellos nos reunimos a cocinar en nuestras casas, repasamos los platillos y nuestras familias, entre tanto, encantadas de las reuniones porque adoran cenar con sarmá, hummus, fatay, tabuléh, chikefté, ensalada Belén...
Hace tres años hice un curso de pastelería, nomás para acompañar a mis hijos y no tener que volverme a casa perdiendo mucho tiempo en el automóvil. Me gustó trabajar en la cocina con ellos.
Después mis hijos, amantes de la cocina de Medio Oriente, me instaron a hacer un curso de comida armenia. Así llegué al colegio Mekhitarista, dónde, además de conocer los secretos de la cocina armenia y aprender a querer a su gente, me hice de un grupo de amigos con los que disfrutamos cocinar. Una cosa lleva la otra: con ellos nos reunimos a cocinar en nuestras casas, repasamos los platillos y nuestras familias, entre tanto, encantadas de las reuniones porque adoran cenar con sarmá, hummus, fatay, tabuléh, chikefté, ensalada Belén...
En la foto: La profe de cocina y dos de mis amigos cocineros. En los platos, ensalada Belén, hummus, tabulé y chikefté.
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