Es que debo haber hecho como hacen muchos hijos, que lo que dice la mamá no vale mucho, quizás por el contacto cotidiano que hace perder la percepción de la importancia de sus palabras.
Puede ser también que como no me interesaba la cocina, tampoco prestaba yo atención a lo que me explicaba sobre cualquier tema culinario.
Lo concreto es que he desperdiciado muchos años de enseñanza, en particular en cuanto a técnicas. ¡Ya mucho no puedo hacer!
Si alguien gusta de comer bien y rico, mi recomendación es que reuna méritos para que mi mamá lo invite a comer: es la mejor cocinera del mundo, estoy convencida de ello, aunque no sepa en qué preciso momento se transformó en eso, capaz que siempre lo fue. No la recuerdo cocinando cuando yo era una niña (simplemente NO RECUERDO, no escribí que no lo hiciera). Igual, mi memoria es mala y selectiva. Así, bien claro tengo los días que ella decidió que el pollo era genial y muy versátil y nos tuvo "meses" preparando pollo hervido con verduras que era primero sopa o puchero, luego blanco de pollo con mayonesa y vegetales, etc. Claro que es el recuerdo adolescente que tengo de esos pollos y quizás lo preparó tres veces seguida nada más y me resultó una eternidad.
Sin embargo, la imagen de ella preparando la mayonesa junto a mi papá es la pura representación del amor, de la pareja perfecta: sentados en una esquina de la mesada blanca, él iba dejando caer gota a gota el aceite, mientras ella hacía girar el tenedor, ambos en una perfecta sincronización. Un acto tan sencillo, tan amoroso y tan profundamente culinario: paciencia y movimientos precisos para lograr una mayonesa en su punto justo, sin duda mucho más rica que la comprada, con la ventaja del momento compartido entre él y ella.
Pastas amasadas a mano, risotto de hongos al dente, la sorprendente sopa mongolesa, el chupe de mariscos, la ensalada de endivias al roquefort o las empanadas son algunos de sus platos. Su cocina, su mano y sazón son geniales. Una vez, luego de un trabajo en el que papá ganó un buen dinero y quisieron, infructuosamente, salir a festejar, decidieron que saldría más barato y sería más rico vivir a langosta que prepararía mi mamá en casa y champán una semana entera. Así hicieron y fueron siete días de gastronomía de lujo (tan así que al volver a nuestra dieta "normal" nuestra perrita se negó durante varios días a comer porque se había acostumbrado a las sobras de langosta).
A mis padres les encantaba recibir en casa a sus amigos. Ausente mi papá desde hace años, mamá sigue abriendo su casa para la gente que quiere. Yo disfrutaba de esos momentos muchísimo porque la casa se llenaba de alegría, los amigos de mis padres tenían conversaciones muy interesantes (o más de una inolvidable pelea) y yo me sentía parte de un mundo muy especial y elevado. Hoy mis hijos adoran que la abuela los invite a su casa o que venga a casa trayendo algo rico.
Y capaz que no aprendí a cocinar de ella pero lo que rescato no es poco: aprendí que la mayonesa es fácil de hacer, me educó el paladar y me enseñó a abrir mi casa a los amigos.
"Escribe que algo queda", decía el político y periodista venezolano Kotepa Delgado. "Cocina que algo queda", le diría yo a Beatriz Moraña.
Mi mamá y sus amigos, seguro disfrutando algo rico que ella preparó.